viernes, 9 de octubre de 2009

CARTA DE EPIGMENIO IBARRA AL CONGRESO

Tomada del blog de Epigmenio Ibarra, una carta en donde, en esencia, le pide también al gobierno que no se apruebe el paquete económico, claro, con mucho mejor prosa que la mía.



UNA CARTA AL CONGRESO DE LA REPÚBLICA

La pradera está seca y sopla el viento; no caigan ustedes, señores diputados y senadores, en la tentación de desatar un incendio que, aunque ustedes se sientan a salvo, habrá también de consumirlos, como, mucho me temo, habrá de consumirnos a todos.

Los financieros y contadores que hace ya más de dos décadas manejan la economía del país como si llevaran los libros de una empresa cualquiera y fuera su único objetivo reducir el déficit y maquillar las cifras, quieren hoy imponernos, con el aval y la autorización del Congreso de la República, una serie de medidas draconianas que pueden propiciar un estallido social.

No se conviertan señores legisladores en cómplices de un atropello de tal magnitud; no den la espalda al país, no traicionen a quienes, con su voto, los llevaron a ocupar la curul desde la cual deben trabajar para mantener la paz social y asegurar el bienestar de la mayoría.

Frenen ya, se los demando, se los exigimos millones, el impuesto de la pobreza (y no para la pobreza como se nos quiere vender) e impidan que el Gobierno Federal, en una medida tan desesperada como suicida, recorte los ya de por sí insuficientes presupuestos a la educación superior y a la cultura.

Si el fisco necesita dinero propongo señores diputados que, en un acto de verdadera austeridad republicana, de legítima y urgente defensa de la patria, decreten ya a partir de este momento un cese definitivo a todas las campañas publicitarias de los tres poderes de la Unión.

Que para que todos, en efecto, podamos “vivir mejor” el Gobierno Federal deje de gastar de inmediato esas millonadas que gasta en restregarnos, minuto a minuto, día por día, en un bombardeo incesante y ofensivo, las ventajas de su proyecto ideológico y ponga a trabajar ese dinero en donde realmente se necesita.

Que se callen también los gobernadores, el Jefe de gobierno y los presidentes municipales a quienes votamos para que sirvan y no para que se sirvan de nosotros. Que así, con este silencio, impuesto con todo el peso de la ley, nadie se aproveche de lagunas y resquicios en los códigos electorales para auto promoverse y burlar las reglas del juego democrático.

Que la Suprema Corte de Justicia -hoy, vaya despropósito, un anunciante más- el Tribunal Federal Electoral, el IFE y todo ese rosario de instituciones que hoy gastan toneladas de plata en decirnos que están haciendo lo que les pagamos por hacer suspendan sus esfuerzos propagandísticos. Que de ellas, su dignidad y eficiencia hablen sus actos.

Toca a ustedes señores diputados y senadores también callar; votamos por ustedes para que trabajen por nosotros, no para que simulen hacerlo en la pantalla de la televisión. El descrédito de la política, los políticos y las instituciones de la República no se corrige a punta de campañas y slogans publicitarios; antes bien –esa es una regla elemental de la mercadotecnia- se acentúa.

Pierden ustedes y pierden los funcionarios adictos a la publicidad miserablemente su tiempo y también y más miserablemente aun los dineros públicos.

Si el Gobierno Federal necesita dinero a raudales, como de hecho lo necesita, ahí hay dinero a raudales señores diputados y senadores. Dinero que hoy va a parar a las arcas de las grandes televisoras y a los bolsillos de un ejército de expertos en imagen y charlatanes de toda laya.

El país, en esta hora grave, no necesita políticos con buena imagen, necesita políticos discretos y eficientes armados sólo de integridad, decencia y patriotismo.

La comunicación gubernamental, la de los otros poderes de la Unión y la de las distintas instituciones del estado ha de ser sometida a un severo escrutinio y debe tener, como único propósito, el servicio a la población.

Ni instrumento de vanagloria de unos pocos, ni campaña de preventa de sus eventuales sucesores; sólo servicio y apoyo que se brinde, para alcanzar a toda la población, con rapidez, sentido de urgencia y eficiencia, a través de los medios electrónicos, de manera gratuita además porque, siendo un bien público, así lo estipula el título de concesión.

Ni un peso menos pues a las universidades públicas; si ellas no se mantienen e incluso crecen, poco o ningún futuro tendrá el país. Crimen de lesa humanidad comete aquel que atenta, en esta era de la información y el conocimiento, contra los centros donde éste se produce.

Ni un peso menos a la cultura, a las artes, al cine mexicano. ¿Qué somos sin identidad?, ¿Qué sin raíces?, ¿Qué sin rostro?, ¿Qué sin memoria y sin espejo?, ¿Qué sin esa ventana al mundo y a la vida? Crimen de lesa humanidad comete aquel que, en estos tiempos oscuros, cuando el crimen organizado amenaza con arrebatarnos la nación, decide entregársela a los asesinos sin pelear; porque a eso equivale silenciar el espíritu, oscurecer la pantalla cinematográfica, destruir lienzos y foros de expresión.

Lo que en este país padecemos no es asunto de contadores y tampoco sólo de policías. Incompleta e ineficiente habrá de resultar toda estrategia de combate al crimen si no apuesta también a reconstruir, a preservar, a engrandecer por todos los medios las universidades públicas y los organismos de promoción y difusión de la cultura. Sólo el conocimiento y la cultura nos vacunan realmente contra la violencia y su triste compañera de viaje: la miseria.

No apuesten pues señores legisladores ni por la una, ni por la otra. No voten por profundizar la miseria, ni por agudizar la violencia. Callen los aparatos publicitarios. Quítenle al gobierno y quítense a sí mismos el dinero que con tanta urgencia se necesita sin cortarnos la cabeza, ni robarnos el aliento.

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